Tic-tac...


Que el tic-tac de mi reloj me está poniendo nerviosa y tú no vienes.
 Barcelona y sus lluvias de otoño, yo y mis miedos de siempre. Juraría que esta situación ya la hemos vivido: yo te espero y tú no te decides. 
El rímel se está corriendo y ya no sé si es por la lluvia de ahí fuera o por la lluvia de mis ojos. Empezamos a jugar a querernos sin pensar que era un juego de adultos, y así nos va, perdiendo. Pierde quien más apuesta, y no cuesta demasiado adivinar quién de los dos ha apostado más. O soy muy estúpida y no debería acercarme nunca a un casino o este juego no se me da bien. Creo que estás intentando destrozarme y sin mas remedio lo estás consiguiendo.
 Ya no sé si por orgullo o por un poco de amor propio pero ya no quiero que vengas. No sé a quién intento engañar, te estoy esperando con muchas ansias de verte, pero a la vez te odio tanto que si por fin apareces acabarías empapado a parte de por la lluvia por este café amargo que se empeña en calentarme las entrañas mientras yo estoy fría, muy fría. Esta soledad y el silencio me están matando, estoy luchando contra mis deseos de coger el teléfono y sin más pedirte una sola noche mas entre tus besos ¿tanto pido? 
Tic-tac, resuena. Las nueve y no apareces. Pensar que vendrías al lugar de siempre a la misma hora fue una estupidez. El Metro sin ti ya no es lo mismo, a pesar de haber tanta gente parece tan vacío... Sin mis risas resonando por los pasillos y las miradas de la gente preguntándose qué hacía ese chico para que ella fuera tan feliz. Me encamino hacia la línea 5 pensando qué hago esperándote si ya sé que no vas a volver. En fin, no vuelvas, no aparezcas, adiós.